El histórico club de la capital de Suiza puso fin al aplastante dominio del Basilea, que conquistó los últimos ocho campeonatos con gran autoridad. Ahora afronta otro reto mayúsculo tras su hazaña estival en Zagreb: poder mirar a la cara a los equipos más poderosos de la Champions League.

El último fin de semana de abril, la Superliga helvética escribió uno de los episodios más apasionantes de su historia. Un agónico segundo gol del club de Berna ante el Lucerna posibilitó que más de 31.000 aficionados festejaran en su estadio el duodécimo título liguero y se decretara el fin de la supremacía de su principal rival. Rompió con el maleficio de 32 años de una sequía impropia para una entidad revolucionaria en el siglo pasado. De sus doce entorchados domésticos, diez de ellos llegaron antes de 1960. Un hito en una época en la que evidenció todo su potencial en el antiguo e inexpugnable Wankdorf, el estadio que albergó la final del Mundial de 1954 con la victoria de Alemania frente a Hungría. Casi siete lustros después, la afición bernesa explotó de júbilo en el coqueto y moderno Stade de Suisse, inaugurado en 2005, en una noche memorable. La locura se desató en cuestión de segundos con unos festejos que dieron la vuelta al mundo. Todos, sin excepciones, expresaron sus emociones sintiéndose libres tras numerosas temporadas sometidos a la tiranía azulgrana. Se mutaron en héroes, los mismos que avasallaron en un campeonato de principio a fin. Sin paliativos. Ahora aborda otra batalla. La madre de todas ellas. En un territorio hostil y desconocido para un club centenario como es la Champions League.

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La última vez que conquistó los corazones de los hinchas aurinegros fue en 1986. Su undécimo trofeo provocó otro gran estallido entre una generación que jamás había entendido el significado de la victoria en el mejor escenario posible en el país alpino. Lamentablemente la riada de pasión y alegría que atravesó la ciudad fue efímera. El gran objetivo, en la actualidad, de los dirigentes suizos es dar continuidad a un proyecto ambicioso en lo deportivo y humilde en lo económico. Con apenas tres millones de euros invertidos en fichajes, acomete un período palpitante, coronado en un reino con serios aspirantes a destronarlo. Lo más importante es que siente la necesidad de agigantarse. Poder competir sin complejos. Y con el estado anímico como su principal baza. La eclosión del Young Boys se gesta en pleno ascenso de un fútbol con un ingrediente esencial: la presencia revitalizadora de numerosos jugadores extranjeros, sobre todo africanos, así como por el ingente número de inmigrantes y de refugiados nacionalizados. Este hecho ha propiciado que Suiza ocupe el sexto lugar de la clasificación FIFA, por delante de potencias como Inglaterra, Francia y España.

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La multiculturalidad ha jugado un papel decisivo en el equipo de moda del fútbol europeo. Doce de los dieciocho futbolistas inscritos para el partido que lo llevó a la gloria son extranjeros o tienen la doble nacionalidad. La gran mayoría con raíces o pasaportes del continente africano. Los contundentes registros goleadores llevaron el sello foráneo de tres especialistas en la faceta ofensiva. El ídolo de la hinchada, Guillaume Hoarau, antigua estrella del Paris Saint Germain, nació en la índica Isla de Reunión. Francés de adopción y de tez cobriza, fue el máximo artillero con catorce goles. Con doce tantos cada uno, el marfileño Roger Assalé y el camerunés Jean-Pierre Nsame resultaron decisivos por su efectividad y su compromiso diario con la institución suiza. En otras áreas, también destacaron el joven central ghanés Kassim Adams Nuhu, el lateral diestro congoleño Kevin Mbabu, el mediocentro defensivo marfileño Sékou Sanogo y el mediocentro ofensivo camerunés Nicolas Moumi Ngamaleu. Asimismo, completan un plantel fuertemente marcado por el color de piel los defensores Gregory Kwesi Wüthrich y Jordan Lotomba, de nacionalidad ghanesa y congoleña, respectivamente. No es casualidad que el éxito del club, que promueve desde 1998 la lucha contra la xenofobia, se haya sustentado en deportistas con una gran capacidad atlética e intuitiva. Otro de los integrantes de la plantilla, el serbio Miralem Sulejmani, un zurdo con una exquisita técnica, maravilló por sus incontables asistencias. Pese a la incesante búsqueda de talentos de los clubes italianos y alemanes en el pequeño país helvético, el Young Boys ha conseguido mantener a toda la columna vertebral. Solamente ha perdido al central Kasim Adams, traspasado al Hoffenheim por ocho millones de euros. Más complicado ha sido cubrir la ausencia de Adi Hütter, ideólogo del proyecto durante las últimas tres temporadas. El técnico austriaco ha sido el elegido para suplir a Nico Kovac (ahora en el Bayern) en el Eintracht Frankfurt. Su sustituto, el hispano-suizo Gerardo Seoane, ha relevado a su predecesor con mucho acierto, dando continuidad a la base heredada. Su primera y sonada acción fue tumbar a un clásico del balompié balcánico, el Dinamo de Zagreb, en la previa de la máxima competición continental.

Stade-de-Suisse.jpgFuente: blick.ch

Hoy comienza un nuevo viaje, en su propio feudo, frente a uno de los históricos: el Manchester United. Es la perfecta recompensa a una temporada incontestable en todos los sentidos. Un gran regalo para unos aficionados ávidos de nuevos alicientes. Desafortunadamente, el presidente Andy Rihs no logró ser testigo directo del resultado de su diseño más atractivo. Dos semanas antes de la consecución del título liguero, la leucemia le privó de la posibilidad de compartir su alegría con su gente sobre el césped sintético de un estadio que, por méritos deportivos, está considerado como un auténtico fortín. En su caso, el cielo no pudo esperar.

Creado por Maikel Tapia (@tapia_maikel)

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