Yo sé muy pocas cosas, es cierto; al fin y al cabo soy un pobre provinciano de vida insulsa, pero sé reconocer a alguien fuera de lo común cuando lo veo. Y Merckx fue uno entre un millón. En su tercera temporada como profesional (23 años) ya estaba arrasando el pelotón como un torbellino y pronto se ganó su apodo más famoso: el Caníbal. Eddy Merckx, devorador de hombres.
ANATOMÍA CANÍBAL
Carecía del porte majestuoso de un Fausto Coppi (de semblante imperial) o de la rabia desesperada de un Jacques Anquetil (con mirada de animal acorralado), pero esas eran armas de simples mortales y el poder, el dominio, ejercido por el ciclista de Brabante sobre una bicicleta solo era posible para un ente sobrenatural.
Merckx no ganaba, arrasaba. Quizá su forma de correr pudiera describirse como genocidio. En cada carrera se movía como un gigante entre hormigas arrebatado de furor divino, como un Yahvé del Antiguo Testamento, pues tampoco conocía la piedad, la misericordia o la resignación. Merckx, Merckx, eterno Merckx. ¿Cómo adjetivar al pulverizador de adjetivos? ¿Cómo explicar al no iniciado estas idolatrías vergonzosas que me dominan como ciclófilo?

Primero estaba Merckx y luego todos los demás. El belga impuso durante 7 años un régimen de terror físico y psicológico nunca visto. Entre 1968 y 1975 la pregunta no fue SI iba a ganar Merckx, sino CÓMO iba a ganar Merckx, cúando acabaría con la patética ilusión de competencia. Y eso que corrió contra nombres legendarios: el Fénix Gimondi, Poulidor, De Vlaeminck, Van Impe, Maertens, Zoetemelk… Grandes hombres, pero hombres al fin y al cabo. Carroñeros que debían contentarse con las migajas que dejaba el supremo depredador.
Solo dos españoles lograron hacerle daño, miembros de la estirpe del escalador ibérico: el infausto Luis Ocaña (1), 3 veces maldito por el destino cruel, y el etéreo, casi transparente, José Manuel Fuente (líder del mítico equipo KAS). Se exprimieron al máximo del rendimiento humano y le hirieron. Pero a Merckx todo lo humano le era ajeno. Al final, los volcánicos demarrajes suicidas de Fuente o el orgullo audaz de Ocaña chocaban contra un muro: el ritmo implacable y maquinal del belga, siempre unos vatios por encima del límite de los simples mortales. Y eso era algo que sus rivales no podían soportar por mucho tiempo.
Me resulta más rápido hacer una tabla con su palmarés que escribirlo en texto, tal es su extensión:

Vueltas de 3 semanas, de una semana, clásicas, carreras de un día… daba igual. ¿De dónde venía esa sed ardiente de gloria? Imbatible en contrarreloj, inalcanzable en el llano, granítico en la montaña, violento en el sprint. Debía ganarlo todo, empujado por quién sabe qué fuerza oculta, y un hombre no puede hacerlo. Merckx fue el primer dios ateo: nunca creyó en sí mismo y por eso sometía a su cuerpo y a su mente a semejante castigo, nunca cejaba en su empeño de ser el mejor cada segundo. Vencer jamás fue suficiente para Eddy Merckx. Parecía buscar algo más, eso traslucía la amargura sutil de su sonrisa cada vez que subía al podio. Parecía buscar la forma platónica de la Victoria y eso es imposible.
Si no estás muy puesto en el tema de la bicicleta, intentaré explicar mejor lo inaudito de la hegemonía merckxiana. Casi siempre para ganar una ronda de 3 semanas y para ganar una carrera de un día se necesitan habilidades opuestas. En la primera necesitas ser, cuanto menos, solvente en la montaña, lo que implica ser ligero y fibroso para no morir en las rampas de los puertos. En la segunda necesitas ser un rodador nato, es decir, alcanzar mucha velocidad en el llano, lo que implica ser potente, pesado y musculoso. En esta vida no se puede ser todo y, aunque el ciclismo clásico tendía mucho menos a la especialización extrema de hoy en día, resulta increíble que Eddy Merckx lo ganase todo en todos los terrenos cada temporada. Es como si un tipo ganase el maratón y los 100 metros lisos en la misma Olimpiada: algo fuera del alcance de una persona normal. ¿Cuánto tiempo sería capaz de mantener su autocracia opresora?
EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES
Dios u hombre, ningún reinado dura para siempre y la decadencia suele avisar de su llegada. Hubo 2 años fatídicos en la carrera de Merckx: 1969 como advertencia y 1975 como tragedia.
Durante el Giro de Italia de 1969, que lideraba con autoridad y sin rival, fue descalificado por un supuesto positivo en un control antidopaje. También fue sancionado, por lo que no podría correr el Tour ese año, y el de Brabante abandonó la ronda italiana entre lágrimas.
Pronto el caso se llenó de interrogantes y teoría conspiranoicas, con rumores de montajes contra Merckx e incluso cartas anónimas, ya que su orina en el contraanálisis que se realizó 16 horas después estaba limpia. Mafia, ajustes de cuentas, intentos fallidos de sobornos… Todo se barajó. El belga mantiene que le intentaron pagar para que perdiese la carrera y que se vengaron porque él lo rechazó. El lío nunca terminó de aclararse.

La Vanguardia, 6 de junio de 1969
Al final, por suerte, se le permitió correr el Tour de Francia porque el belga merecía “el beneficio de la duda”, según las autoridades competentes. Y digo por suerte porque la participación de Eddy Merckx en esa carrera supondría la mayor hazaña individual en la historia de las Grandes Vueltas, superando incluso la milagrosa actuación de Il Campionissimo Fausto Coppi en el Tour de 1952.
El belga impuso su ley antropófaga desde la sexta etapa, cuando venció en el Ballon d’Alsace y se vistió de amarillo para los restos. Para la decimosexta jornada, ya contaba con una cómoda renta de 8 minutos sobre el francés Roger Pingeon y para ganar en París le bastaba con controlar tranquilamente a sus rivales. Pero vencer no era suficiente. Merckx tenía marcada a fuego la etapa reina de los Pirineos de ese año, de Luchon a Mourenx, con 4 puertos colosales: Peyresourde, Aspin, Tourmalet y Aubisque.
Su equipo controlaba la etapa, como era de esperar, y parecía ser tranquila. Sin embargo, los planes de Merckx no eran de este mundo. Atacó sin piedad en las rampas finales del Tourmalet para coronar en solitario, como demostración de fuerza, y se lanzó después a un descenso salvaje con el que terminó de cimentar una ventaja de 3 minutos sobre el grupo perseguidor con el resto de favoritos. El movimiento más lógico ahora era bajar el ritmo y esperar a sus perseguidores: tenía suficiente tiempo de ventaja en la clasificación general, ya había hecho su exhibición y tocaba terminar la jornada sin sobresaltos. Convincente. Convincentes argumentos, llenos de prudencia. Eddy Merckx, todavía a 105 kilómetros de la meta y con el gigante Aubisque aún por escalar, decidió seguir adelante.
Escogió la leyenda, eligió el mito, solo apto para los dioses. Infligiendo a su cuerpo una tortura espantosa, cabalgó 140 kilómetros en solitario y conquistó l’Aubisque con la única compañía de su bicicleta y del fiel dolor. Cruzó la línea de meta a 8 minutos del segundo clasificado, culminando una gesta que significaría al llegar a París la mayor muestra de monarquía absoluta en el ciclismo y, probablemente, en el deporte. El de Brabante consiguió, por primera y única vez hasta hoy, el maillot amarillo de la clasificación general, el de la montaña (hoy de puntos rojos), el de la regularidad (hoy verde), el de la clasificación combinada de los anteriores y el de la combatividad (2). Además, su equipo, el Faema, lideró la clasificación conjunta de las escuadras. Algo ni siquiera al alcance de la indigna racanería del muchimillonario equipo Sky hoy en día.
18 minutos por detrás quedaba el astuto Pingeon, segundo clasificado. Raymond Poulidor, perdedor legendario y tercero en esta edición, terminó la carrera a 22 minutos de Merckx. E (in)Felice Gimondi, cuarto, a casi media hora del belga. Una auténtica barbaridad.
La primera parte de 1969 fue, pues, una temporada magnífica para Eddy Merckx, a pesar del escándalo en el Giro. Además de su caudillaje por las carreteras francesas, cosechó bastantes victorias en las clásicas de primavera. Pero septiembre llegó y el belga se retiró a preparar la temporada del año siguiente. Un fatídico día, mientras entrenaba en el velódromo al aire libre de Blois, Francia, seguía la estela de un ciclomotor, para protegerse del viento. Entonces, inexplicablemente, la moto choca de frente contra un ciclista que circulaba en sentido contrario. El conductor del ciclomotor muere en el acto y el cuerpo de Merckx impacta contra el suelo de forma brutal. Aunque no estuvo cerca de la muerte en ningún momento, sí lo estuvo de quedarse paralítico y ya para siempre sufriría fuertes dolores de espalda que no quebrarían su ambición, pero sí su gesto: hasta su retirada se hizo habitual verle retorcer el cuerpo sobre la bicicleta, estirando, buscando una posición con la que burlar unos segundos el dolor.

Demostró una determinación de hierro al volver a pedalear solo un mes después del terrible accidente, pero el propio Merckx diría muchas veces que no volvió a ser el mismo. Es una declaración sorprendente, ya que la mayor parte de sus victorias las conseguiría después de 1969, entre ellas 4 Giros, 4 Tours, 2 Mundiales, una Vuelta y el récord de la hora. Nunca, sin embargo, se repetiría aquella dominación absoluta y asombrosa, aquella dictadura imperial a dos ruedas. El Merckx de los 70 sería un gran campeón, aunque para ganar tuvo que bajar a la Tierra a sudar y a sufrir como los otros hombres. La coraza se había resquebrajado. Dios tuvo que aprender a padecer.
El desastre de Blois marcó el final del Antiguo Testamento de Merckx-Jehová y el inicio del Evangelio según Merckx-Cristo, con las coronas de piñones (o de espinas) de Ocaña y Fuente lacerando la carne mortal del belga. Marcó el paso de la devastación absoluta y total a las estaciones de penitencia al pie del Puy de Dôme.
LA LEY DEL VOLCÁN
La última erupción oficial del Puy de Dôme tuvo lugar en el 5760 a. C., pero el viejo volcán, sito en pleno Macizo Central francés, sigue encendiendo fuegos destructores en el interior de los ciclistas cada vez que el Tour de Francia osa profanar sus rampas. Así, en 1964 las llamas devoraron a Anquetil y Poulidor, enzarzados en un duelo infernal. Muchos grandes se han redimido en su cima, pero el Puy de Dôme siempre fue cruel con Eddy Merckx, quizá porque los dioses nunca han estado en paz entre sí.
El belga nunca ganó en el volcán: ni en 1969, año de masacres merckxianas por excelencia, ni en 1971, cuando fue vencido por un Ocaña desatado, y menos aún en el catastrófico año 1975. El año del fin.
La temporada 1975 comenzó calcada a la de 6 años antes: gran cosecha en las clásicas de primavera. Sin embargo, una dolorosa derrota ante el infatigable Roger De Vlaeminck en la Vuelta a Suiza, siendo humillado en la montaña, hacía presagiar desgracias.

Merckx liderando el Tour en 1969
Presagios que tomaron cuerpo, cómo no, en la ladera del Puy de Dôme. El belga llegaba de líder a sus faldas, como venía siendo habitual en la ronda francesa. Si nada cambiaba, Merckx conseguiría su sexto Tour, superando al ídolo galo Jacques Anquetil (con 5). Los aficionados odiaban la supremacía humillante del belga, que ya duraba más de un lustro. Francia entera babeaba por el joven Bernard Thévenet, a priori principal rival del de Brabante, y el ambiente estaba muy enrarecido. No hay mayor placer que ver caer a un gran campeón.
A 5 kilómetros de la cima del volcán Thévenet atacó con dureza: no iba a desaprovechar la ocasión de su vida. Al violento demarraje solo pudo responder el serio y diminuto Lucien Van Impe, fabricado con el mismo material que las nubes, a la postre ganador de la etapa y del Tour al año siguiente. La multitud se volvía loca. Merckx, con nervios de acero, mantenía la calma sin responder a las provocaciones: mantuvo su ritmo, de constancia sobrehumana. Iría arañando la ventaja del corredor francés poco a poco, su único rival en la clasificación general.
¡Conmoción entre los franceses! A tan solo unos cientos de metros de la meta Thévenet daba muestras de flaqueza. Los gritos ensordecedores de los espectadores que abarrotaban las cunetas no terminaban de empujar al ciclista galo, que cedía metro tras metro ante el avance implacable del emperador Merckx. La sentencia a su sexto Tour de Francia estaba próxima. La atmósfera se volvió irrespirable y la muchedumbre se agolpaba cada vez más cerca de los corredores. El sexto estaba ahí, casi lo podía tocar. Y entonces sucedió.
Un espectador borracho se abalanzó sobre el belga y le propinó un puñetazo en el hígado. Ese fue el final de un mito. Tan solo hizo falta un estúpido y ebrio descerebrado para acabar con el imperio sobre ruedas más grande que se haya visto, hasta ese punto son frágiles los sueños y los esfuerzos de los hombres.
EL MODERNO PROMETEO
En el deporte no es posible la justicia poética y menos aún en el ciclismo, lo más parecido al darwinismo social que pueda existir. Eddy Merckx consiguió terminar la etapa, pero cediendo más de medio minuto ante Thévenet, que quedaba a tan solo 58 segundos de enfundarse el maillot amarillo.
Como a Prometeo, los dioses del ciclismo castigaron a Merckx por su osadía continua. El hígado de ambos fue el instrumento de tortura: al titán encadenado se lo arrancaba un águila y al titán belga no le dejó dormir ni descansar y tuvo que tomar medicación que afectó a su rendimiento. En el día a día, un golpe así no habría tenido mayores consecuencias, pero tras dos semanas de carrera al máximo rendimiento y subiendo al límite un puerto de montaña (el aire falta, las piernas arden, los músculos se contracturan), tuvo secuelas muy serias.
Merckx no pudo retener el liderato y pasó a la segunda plaza en la siguiente etapa, pero siguió luchando contra el dolor y contra Thévenet con las pocas fuerzas que le quedaban. Se culminaba la caída del belga de dios a hombre, su aureola de invencibilidad rota en mil pedazos. Paradójicamente su mayor gesta la realizaría una vez convertido en humano como los demás.

En la última etapa de alta montaña, un accidente tonto dentro del pelotón dio con sus huesos en el suelo. La desgracia siguió cebándose con él: se había fracturado la mandíbula, además de dañarse la cadera y una pierna. Los médicos le aconsejaron que abandonara. Merckx no se retiró. Continuó los 10 días que quedaban hasta París prisionero de una agonía constante. El público, siempre voluble, se reconcilió con el campeón, conmovido por la lucha de un hombre superado por la adversidad. No podía descansar ni ingerir alimentos sólidos, pero siguió adelante. El mediocre envidioso solo es capaz de calibrar la grandeza una vez esta ha claudicado y ya solo lucha por sobrevivir y así ocurrió de nuevo. Una vez más, la redención del ciclista solo se produce a través del sufrimiento.
Terminar el Tour de 1975 fue una decisión irracional, pero un hombre como Merckx no podía hacer otra cosa. Le obligó a acabar prematuramente con su carrera, tras tan solo 2 años más de competición sin pena ni gloria. Siendo apenas una sombra del que había sido. Sin embargo, llegar hasta el final en ese Tour de Francia fue un final digno, heroico, de la personificación pétrea de la ambición.
La fuerza que impulsaba a Merckx siempre hacia adelante se apagó aquel julio del 75. Su mente, verdadera arma de dominación, no pudo ya soportar el peso de ser el mejor cada pedalada. Con el cuerpo y la mente rotos se retiró Eddy Merckx. Queda su leyenda, la leyenda del hambre insaciable del caníbal que terminó por devorarse a sí mismo.

(1) Ocaña, aunque nacido en un pueblo de Cuenca, vivió desde niño en Francia, adonde emigró su familia buscando una vida mejor. Sus hermanos se nacionalizaron franceses, pero él no, quizá sintiéndose poco valorado en territorio galo. Como dijo Merckx, para los franceses solo era francés cuando ganaba y español cuando perdía.
(2) No se premia al corredor que más se pelee o al más pendenciero, sino al que más veces ataca, al más ofensivo (aunque a veces las cuatro cosas coinciden).
Creado por Gonzalo Salvador Aliaga