Pies bien plantados sobre el parqué, separados justo por la anchura de los hombros. Se elevan en vertical. Se elevan tanto que es difícil de creer. Aguantan suspendidos en el vacío instantes interminables. El torso está alerta, pero relajado; el brazo izquierdo sostiene la pelota por el lateral, un poco adelantado, con esa mano sobrepasando algo su posición natural, se diría que para protegerla. Y ese codo derecho… Forma un ángulo recto tan perfecto que encajaría en los frisos del Partenón. Un golpe firme de muñeca le otorga al balón el giro clave sobre sí mismo. Sale impulsado en un sublime arco balístico. Suena ese indescriptible sonido de la red. Y Len Bias anota. Y Len Bias anota. Y Len Bias tapona. Y Bias anota. Y anota. Y tapona. Y anota. Y anota. Nadie lo puede parar.
Igual que con la honestidad de la mujer del César, una estrella no solo debe serlo, sino también parecerlo y Leonard “Len” Bias (Landover, Maryland, 1963), durante su marcha imperial por la Universidad de Maryland, vaya si lo parecía. Hombros anchos, bíceps esculpidos, tórax rotundo, pierna esbelta, acechar de pantera. Jugaba como jugarían las fuerzas de la naturaleza si se desatasen dentro de un pabellón. Con una furia interior siempre bajo control. Con furor frío. Con un tiro hermoso y efectivo, fiable, pulido, equilibrado; una suspensión implacable, tras bote, tras pase, a la media vuelta. Con un salto portentoso. Con un ritmo salvaje. Con mates volcánicos.

Fuente: Urbanian
Bias tuvo el dudoso honor de ser el primer joven jugador comparado con Michael Jordan, salido de la Universidad de North Carolina (1981-1984) apenas 2 años antes y que ya estaba destrozando registros en Chicago. Que nadie se escandalice (ya estamos curados de espanto en ese aspecto), pero no era una comparación exagerada. Rememora al Jordan de los 80, esbelto, grácil, solitario, vulnerable, genocida, anotando como un percutor, como martillo golpeando un yunque. Pues ahí tienes a Bias, con todo ello y más alto, más fuerte y con menos necesidad de tener el balón entre las manos todo el tiempo para producir. Un alero como Dios manda.

Fuente: The Washington Post
Puro talento natural, dirán algunos. Pues están equivocados, Bias entrenó como un descosido en sus últimos 3 años de college (1984-1986) para devenir en coloso. Un tirador natural desarrolla vicios particulares que nunca se corrigen si el susodicho shooter solo conjuga el verbo enchufar, cosa entendible. Todo lo contrario del estilo de la estrella de los Maryland Terrapins: mecánico, trabajado, rectilíneo, casi delineado por un aparejador. Orgasmo visual para cualquier entrenador.
Y eso que su primer año universitario (1982) no fue nada del otro mundo, pero él confiaba en su potencial y no dejó de trabajar. Su explosión llegó en la temporada siguiente y en sus 3 últimos años en Maryland lideraría al equipo y maravillaría al país con su poder ofensivo. Un fenómeno que lo tenía todo se estaba desarrollando.
Bias confirmó su potencial cuando en 1986 arrasó con 35 puntos como 35 tifones a la todopoderosa Universidad de North Carolina (primera del país) en su propia cancha, en Chapel Hill. Todos los equipos de la NBA ya se frotaban las manos con el chico maravilla. Especialmente Boston, que lo elegiría como número 2 del Draft de ese año. Los Celtics, vigentes campeones de la liga, realizaban así un movimiento maestro: conseguían un relevo generacional para su estrella, el inigualable Larry Bird, cuando este todavía estaba en su mejor momento de juego. Bias tendría tiempo de sobra para aprender y adaptarse antes de tener que tomar responsabilidades. De hecho, Bird terminaría retirándose en 1992 en un estado físico deplorable, que hubiese coincidido con la madurez como jugador de Len Bias. Todos estaban encantados, pero la tragedia se acercaba.
Jueves, 19 de junio de 1986. 6.32 a. m. Una llamada a los servicios de emergencia desde el campus de la Universidad de Maryland pide una ambulancia para un joven que no respira. Ese joven es Len Bias. Apenas 2 horas después es declarado muerto. ¿Qué ha podido ocurrir? ¿Cómo es posible?

Fuente: findagrave.com
En la mañana del miércoles, había viajado con su padre a Boston y Washington para firmar primero con los Celtics y luego un suculento contrato de patrocinio con Reebok. Más tarde, volvió a Maryland para celebrar su prometedor futuro con sus ex compañeros de equipo. La fatalidad quiso que su amigo Brian Tribble llevase con él varios gramos de cocaína de una pureza excepcional. En una habitación del campus, charlaron, bebieron cerveza hasta altas horas y, ya bien entrada la madrugada, esnifaron parte de la cocaína. A las 6.25 Len Bias declaró que no se encontraba muy bien y se retiró a otra habitación. A las 6.32 fueron a buscarle y lo encontraron sin sentido: acababa de sufrir una arritmia cardíaca mortal. Todos los intentos posteriores para reanimarlo fueron en vano.

Fuente: NBC News
La tragedia sacudió a la nación entera. Y es que los años 80 fueron una época convulsa para los Estados Unidos: inmersos en la teocracia fundamentalista del presidente ultraconservador Ronald Reagan, el país había caído en un remolino de casino financiero, desregulación depredadora y de nuevo paranoia soviética, todo ello aderezado con más desigualdad y cultura del beneficio crematístico inmediato. El caso Bias conmocionó tanto a la sociedad estadounidense que incluso sirvió de acicate para endurecer hasta extremos ridículos las penas por posesión de droga y contribuyó, al final, a la superpoblación actual de las cárceles.
Así pues, la muerte del joven Len Bias, un desgraciado accidente, no solo condenó a los Celtics a 20 años de travesía por el desierto, sino que también complicó indirectamente la situación de acoso y discriminación de la comunidad afroamericana.
El mundo ha cambiado desde 1986. Ha caído la URSS, han llegado los smartphones, ha surgido China… Hoy lo podemos ver. Pero nunca sabremos cómo habría cambiado Boston, cómo habría cambiado la NBA, cómo habrían cambiado los EEUU con el triunfo de Len Bias.

Fuente: terrapintales.wordpress.com