En Cuba se nace bailando una ancestral danza con la isla. Se nace llevando dentro un metrónomo tropical para nunca perderle el ritmo a las penurias. Así vino al mundo Teófilo Stevenson Lawrence un 29 de marzo de 1952 en Puerto Padre, provincia de Las Tunas, bien al oriente.

Eran los años de gloria del putrefacto Batista, cuando Cuba entera era un casino y mandaba la mafia. A esa tierra llegaron Teófilo padre y Dolores Lawrence, inmigrantes antillanos anglófonos, para sufrir y cortar caña a sangre, sudor y machete.

Teófilo nació esclavo, pero gracias a los barbudos se hizo púgil.

Un son para 12 cuerdas

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Hasta los años 60 Cuba era un erial deportivo. Niños y jóvenes analfabetos estaban ocupados muriendo en el corte de la caña de azúcar y sirviendo cocktails a millonarios yanquis. Apenas un puñado de estrellas fugaces (brillantes, sí, mas no por ello menos solitarias) habían cruzado su cielo antillano: Ramón Fonst, maestro de esgrima; José Raúl Capablanca, maestro de ajedrez; Alfredo de Oro, maestro de billar. Anécdotas, porque en Cuba no había nada más allá de miseria para los muchos y opulencia para los pocos.

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Todo cambió con la llegada de los Castro y compañía, que confiaron ciegamente en un visionario y desconocido entrenador llamado Alcides Sagarra. A partir de 1963, Sagarra trabajó de forma incansable y concienzuda para desarrollar la célebre Escuela Cubana de Boxeo (ECB).

Los cubanos tenían buenas condiciones naturales para boxear; ya lo había demostrado algún que otro púgil, como el habanero Eligio Sardiñas, alias Kid Chocolate, profesional durante 10 años (1929-39) en los que consiguió ser campeón mundial de peso pluma perdiendo tan solo 10 combates. Tenían condiciones; sin embargo, les faltaba un método y el entrenador Sagarra se lo dio. Invirtió una década en la construcción minuciosa de un sistema sólido con buenas instalaciones y estilo de vida sano, apoyado por el Estado, que permitía seleccionar a los niños con mejores condiciones y darles un entrenamiento adecuado que pudiesen compaginar con lo más importante: la educación.

Alcides Sagarra trajo la disciplina al boxeo cubano y no dudó en rodearse para ello de expertos europeos de prestigio como el alemán Rosentil o los soviéticos Ogurenkov, Chervonenko y Romanov. Así perfeccionó poco a poco un método de entrenamiento revolucionario que, a pesar de todo, aún debía ponerse a prueba.

Gloria en Múnich

La consagración internacional de la ECB llegó con los Juegos Olímpicos de 1972 celebrados en la ciudad bávara. En ellos, hasta 3 boxeadores del país caribeño se proclamarían campeones olímpicos: Emilio Correa (en peso wélter), Orlando Martínez (en peso gallo) y nuestro Teófilo (en superpesado), que deslumbró al mundo con su talento.

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Fue, sin embargo, un torneo agridulce para Stevenson. Nadie pudo hacerle frente en las eliminatorias hasta los cuartos de final ante el estadounidense Duane Bobick, a la postre campeón panamericano y que llegaba al combate tras 62 victorias consecutivas. Stevenson lo derrotó en una pelea memorable, gracias a la cual se convirtió en una celebridad para prensa y aficionados. Después de eso, se paseó en las semifinales, pero, al llegar su momento de gloria, su rival, el rumano Alexe, se lesionó en un brazo y no pudo disputarle la final. La medalla de oro por no comparecencia fue una espina clavada en el orgullo de Stevenson, que no se sintió campeón hasta vencer a Alexe con todas las de la ley un año después.

Aunque lo pueda parecer, al oro olímpico no llegó el cubano tras un camino fácil. Sostuvo su primer combate a los 14 años (una derrota) y no fue hasta los 17 cuando llamó la atención de Sagarra y Chervonenko, que fueron capaces de percibir su devastador potencial. En los 3 años que pasarían desde entonces hasta Múnich, Teófilo iba aprendiendo de las derrotas, gracias a las cuales los entrenadores fueron puliendo con mimo las fallas del futuro campeón.

De este modo, a partir de 1972 se pudo ver el auténtico poder de Stevenson, un boxeador completísimo de técnica labrada a conciencia, de musculatura equilibrada y zancada elegante, rápido, letal y, por encima de todo, un pegador implacable. Como muestra, basta decir que, tanto en Múnich 72 como en Montreal 74 (campeonato del mundo amateur), venció en todos los combates por KO. Se ganó a la fuerza su apodo: el hombre de la derecha de hierro.

Su 1’91 de estatura, sus más de 91 kilos y sus largos brazos le proporcionaban una ventaja clave de alcance y si su rival no era capaz de trabarle en el cuerpo a cuerpo, estaba perdido. Esto lo sabía bien el soviético Igor Vysotsky, bestia negra de Stevenson, que logró derrotarle 2 veces, noqueándole en la segunda.

El taimado Sagarra había sabido fabricar un bombardero de largo alcance, paciente, invulnerable a las provocaciones, capaz de esperar su momento y aprovecharlo. Personificación de la legendaria definición de Sagarra del estilo boxístico cubano: “dar y que no te den”.

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Todas ellas fueron sus credenciales para revalidar el título olímpico en Montreal 76 y Moscú 80. Solo un hombre antes que él lo había conseguido: Laszlo Papp, peso medio húngaro de zurda escurridiza y bigotito de galán, campeón en Londres 48, Helsinki 52 y Melbourne 56 y que se retiró invicto. Y solo otro hombre lo haría después: el también cubano Félix “Gigante de ébano” Savón.

Desgraciadamente, todo el bloque socialista boicoteó los JJOO de Los Ángeles 84, lo que privó a Teófilo de lograr su cuarto título consecutivo. Ese es uno de los grandes “pudo haber sido” del boxeo moderno.

Además, Stevenson conquistó 3 mundiales amateur (74, 78 y 86) y 2 campeonatos panamericanos para completar un palmarés casi imposible de superar.

Elogio del boxeo aficionado

Como decía, el desembarco de los barbudos en la playa de Las Coloradas no solo trajo la revolución a la política, también al deporte.

Por decreto, todo el boxeo cubano pasó a ser aficionado y nunca profesional, lo que lleva más de medio siglo confirmándose como un acierto constante. Sirvió para devolverle la dignidad a un deporte al que las bolsas de millones de dólares han terminado prostituyendo sin remedio, convirtiendo el ring en un indigno matadero.

Que nadie olvide, repito, que el boxeo es un deporte. Error imperdonable de muchas personas es tacharlo de salvajismo indiscriminado, ya que, como cualquier otro juego humano, se basa en la sublimación de la violencia cruda en ritual. El boxeo tiene una técnica especial que requiere disciplina y aprendizaje, además de reglas estrictas que velan por la seguridad del practicante.

Nada tiene que ver un combate reglado con una riña callejera. En esto es donde destaca el boxeo aficionado, con sus torsos cubiertos, guantes más pesados y normativa rigurosa. Incentivando de forma irresponsable la sed de sangre, el pugilato profesional degeneró en torturas interminables que superan la decena de asaltos, en contraste con las peleas amateur, que suelen oscilar entre 3 y 5 asaltos de 2 a 3 minutos de duración. Tristemente, el boxeo aficionado también está cediendo ante el espectáculo. En los últimos Juegos Olímpicos se eliminó el uso de cascos protectores en los hombres, con el poco creíble argumento de que no disminuyen el riesgo de conmoción cerebral. Toda reducción de los elementos protectores del boxeador es una mala noticia.

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Periódico 5 de septiembre

Esta filosofía del deportista por encima de todo es la que siguió desde el principio la Escuela Cubana de Boxeo, poniendo como eje central al boxeador, con preocupación por su desarrollo personal y educativo y por su seguridad. El baño de sangre profesional transforma al deportista en víctima de sacrificio, en mero instrumento desechable; no así el enfoque aficionado, que pone límites severos para que el púgil sea un fin en sí mismo.

No solo el nuevo modelo cubano puso teóricamente al deportista-persona en el centro, sino que se ha demostrado en la práctica de una competitividad pasmosa y duradera. Existe un ejemplo paradigmático de ello. Si recordamos la primera medalla olímpica dorada del boxeo isleño, esta fue la del wélter Emilio Correa. De algún modo, el círculo se cerró en los juegos de Pekín 08 al conseguir el hijo de Correa, Emilito, una medalla de plata en peso mediano, confirmando las bondades de un sistema longevo que ha sabido adaptarse para seguir en lo más alto 40 años después.

El boxeo se convirtió en la punta de lanza del deporte cubano. Este, paradójicamente, se aupó a la élite mundial solo tras su paso al amateurismo. Gracias a su filosofía y a su método de trabajo, de la ECB han salido 90 campeones panamericanos, 76 campeones mundiales amateur y 37 campeones olímpicos, convirtiendo al pugilato en el deporte más laureado del olimpismo antillano. Un olimpismo que destaca por su éxito: las 220 preseas olímpicas llaman mucho la atención, especialmente tras compararlas con el rendimiento de otros países. España, casi quintuplicando la población de la isla caribeña, apenas ha conseguido 150. El lector podrá sacar sus propias conclusiones.

Alí contra Stevenson: la derrota del dinero

Los cantos de sirena del profesionalismo revolotearon los oídos de Stevenson desde el mismo momento de su irrupción. En plenos JJOO de Múnich 72 le llegó a través de un intermediario una oferta de 1 millón de dólares de la época por pelear con el pétreo Joe Frazier, entonces campeón, por el cinturón de los pesos pesados. Teófilo la rechazó.

Teófilo rechazó una y otra vez rendirse al dólar y abandonar Cuba. Sus razones siempre fueron imposibles de entender para los buitres de entrañas podridas por la avaricia. Stevenson no peleaba por dinero y eso era lo único que promotores caníbales, agentes chupópteros y esa clase de tristes espantajos le podían dar. “Prefiero el cariño de 8 millones de cubanos”, declaraba Teófilo. “No cambiaría mi pedazo de Cuba por todo el dinero que me puedan ofrecer”.

A pesar de todo, allá por 1977, estuvo a punto de darse un combate por el que aún suspiran los aficionados más nostálgicos: Ali contra Stevenson.

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La Razón

Qué decir de Muhammad Ali que no se haya dicho ya, uno de los deportistas más célebres y talentosos de la historia. A finales de los 70, el de Kentucky ya había escrito su nombre en los anales del boxeo. Quizá por eso, estaba en una época de su carrera en la que se enfrentó a varios luchadores fuera del boxeo buscando situaciones exóticas y otro tipo de motivación, especialmente económica.

Se llevaba tiempo negociando entre el entorno de Ali y la Federación Cubana y en el 77 esta realizó su última oferta: una serie de combates en los Estados Unidos de 3 asaltos con reglas amateur. El dinero iría íntegro para inversiones en la ECB y de esta forma ni se traicionaban los principios del caribeño ni se rompían las reglas del boxeo aficionado. Sin embargo, el propio Muhammad Ali, ya cerca de su retirada (tenía 10 años más que Stevenson), rechazó las peleas en el último momento juzgando, tal vez con buen criterio, que tenía muy poco que ganar y mucho que perder enfrentándose “con un amateur”.

Hubiera sido hermoso presenciar ese duelo, pero su inexistencia no empaña en absoluto la brillante carrera de Teófilo Stevenson, que tristemente falleció en 2012 por una afección cardíaca a los 60 años. La isla entera se detuvo para honrar a este deportista excelso, uno de los 10 mejores olímpicos modernos. Pero además de por sus puños o por su danza sobre la lona, recordémoslo por sus palabras: “Ellos no saben que el dinero no es nada”. ¿Lo sabremos alguna vez?

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