Muchos mostraron su escepticismo respecto a la nueva y exótica etapa de un ídolo para la afición argentina. Su caso es el mejor ejemplo de que el dinero no compra la felicidad. Un breve recorrido por un país que resultó ser una odisea.
Carlos Tévez llegó al aeropuerto de Shanghái en diciembre de 2016 en loor de multitudes. Quien no haya visto las imágenes de esta escena, irremediablemente debe imaginarse los apasionados recibimientos de las hordas de hinchas turcos, griegos o argentinos a cualquier futbolista de primer nivel. Su aterrizaje en la ciudad asiática causó un gran impacto mundial por su desorbitado salario en una liga en expansión. El club chino le agasajó con 40 millones de dólares por temporada libres de impuestos y todos los privilegios inherentes a una estrella con un pasado jalonado de éxitos en diferentes países: Boca Juniors, Corinthians, West Ham United, Manchester United, Manchester City y Juventus.
Fuente: Reuters
La aventura del temperamental jugador bonaerense, arropado por su familia y un séquito de veinte amigos, se dio de bruces con un inicio inesperado. El equipo se estrelló con la realidad. En esos instantes estaba inmerso en una burbuja y afrontaba un reto de máxima envergadura. Disputaba la Champions League en un continente donde las contrataciones de extranjeros eran una prioridad para comercializar y expandir un fútbol con muchas lagunas. Se jugaba entrar en la fase de grupos en una eliminatoria que le enfrentó al Brisbane Roar de Australia. El resultado fue funesto para las aspiraciones de un club cuyo máximo objetivo era la máxima competición continental. Las consecuencias fueron terribles a nivel interno. El técnico uruguayo Gustavo Poyet dejó el cargo unos meses después y las relaciones personales entre el Apache y el resto del plantel eran inexistentes. Sus números eran desoladores. Entre lesiones y distintas polémicas jugó apenas la mitad de los partidos del campeonato chino (un total de 16 partidos), registrando solamente 4 goles y 5 asistencias. Sin duda, era un año para el olvido. Mostró su peor nivel, reflejando una falta de entusiasmo en un equipo en el que nunca pudo encajar.
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Los malos resultados (undécimo en la Super League), sus sospechosas ausencias y su paupérrimo estado físico propiciaron que los chinos ya no le miraran con cariño. Un dato revelador del descontento de sus seguidores se produjo cuando Poyet le concedió un fin de semana libre, en plena recuperación de una lesión, y justo el mismo día del partido del equipo que le pagaba su astronómico sueldo y que le enfrentaba a un rival de similar entidad, le fotografiaron en un parque temático de Disney junto a sus más allegados en la ciudad que le acogía. Una actitud intolerable para una sociedad con unos valores muy arraigados y que el delantero sudamericano los retó con continuos desaires. Lo que no esperaba era encontrarse con un hombre implacable como Wu Jingui. Con gran peso en el Senghua, contratado desde hace poco más de veinte años como segundo entrenador, ejerció de coronel y sometió a Tévez a su tiranía. Eso sí, afeó su figura con unas explosivas declaraciones: “Está gordo. Será informado de mis planes tácticos, pero no lo voy a elegir por ahora. No está listo físicamente, no está en condiciones de jugar. Tengo que asumir la responsabilidad del equipo y los jugadores también. Si no puede hacer todo lo posible para jugar, no tiene sentido elegirlo”. El mensaje del presidente también fue muy sincero y, concluyentemente, lapidario: “Nuestra intención era traer a un jugador estrella, influyente, con alta calidad y todos pensamos que podría ser el indicado. Sin embargo, debido a la falta de entrenamientos invernales y de aptitud física, no cumplió con nuestras expectativas”.
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Era evidente que nunca se adaptó al nuevo entorno, muy lejos de su hogar. Su cuerpo estaba en Asia, pero no su mente. En apenas dos meses, los dirigentes del club de la ciudad más grande y más cosmopolita de China llegaron a la conclusión de que esta arriesgada apuesta había sido fallida. Los daños ya eran irreparables. No hubo signos por parte del internacional criollo de redimirse. Estaba sumido en un caos. Decidió arrojar la toalla cuando Wu Jingui le descartó para disputar la final (a doble partido) de la Copa. La institución alcanzó la gloria sin su presencia y se clasificó para la siguiente edición de la Champions asiática. Su única escapatoria era forzar un regreso al equipo donde el corazón le latía con más fuerza. El mejor lugar donde podría renacer. En Boca se frotaban las manos por el hipotético regreso del hijo pródigo. Pero su salida tenía un precio. La entidad xeneize, con serias dificultades económicas, aguardaba los acontecimientos con paciencia, sin entrar en un juego monetario de una dimensión prácticamente inalcanzable. Incluso en medio de las arduas negociaciones entre ambos clubes aparecieron otros más poderosos desde México. Pumas, Tigres y América evaluaron la posibilidad de poner dinero. Sin embargo, los intentos fueron infructuosos. El futbolista deseaba terminar su carrera en casa. Finalmente consiguió su anhelado sueño de esparcir sus cenizas en La Bombonera, con la vista puesta en la vigente Copa Libertadores. Su máximo valedor, Diego Armando Maradona, resumió su trayecto de ida y vuelta con contundencia: «Está perfecto. Llenó la bolsa de Papá Noel de dólares y ahora vuelve a Boca. Para los que decían que traicionó, Tévez no traicionó. Yo quisiera saber si todos los que dicen que traicionó a Boca rehúsan a 40 millones de dólares por año. Es estúpido decirlo. Carlitos está de vuelta y estamos todos los bosteros recontentos». Veremos en los próximos meses si fue la decisión más acertada en su errática trayectoria profesional.
Maikel Tapia (@tapia_maikel)