La ilusión por paladear más fútbol sigue intacta. La degustación en la urbe más cosmopolita del mundo es sencillamente exquisita. ¡Que comience el convite!

Londres es uno de los epicentros del universo futbolístico. En la actualidad, y ya desde hace un lustro, discute su hegemonía con Mánchester. Esta rivalidad se reflejó en la escena musical durante los años ochenta. Los “nuevos románticos” de la capital competían contra la rebeldía y la locura de la imponente ciudad del noroeste del país. Pero la prensa británica focaliza su objetivo en dos clubes, United y City, para desentrañar las historias personales y profesionales de sus dos mediáticos entrenadores. La riqueza de sus magnates se debate en un lugar donde, paradójicamente, la población sufre penurias económicas y los índices del paro registran datos muy preocupantes desde la implantación de las más férreas políticas thatcheristas.

En estas fechas navideñas, seducido por la atracción de las frenéticas y maratonianas jornadas futbolísticas en las cuatro categorías del Reino Unido, los derbis londinenses nunca me defraudan. Son duelos apasionantes, solo aptos para guerreros alimentados por la insaciable ambición de hinchas que también quieren formar parte del espectáculo. Con una pinta de Guinness me asomé al Emirates a través de la pantalla. Arsenal y Chelsea asumen sus respectivos papeles de actores secundarios en una competición protagonizada por los citizens. Arsène Wenger y Antonio Conte se vistieron de gala para una cita que prometía emociones fuertes. A priori, un partidazo. Sin duda, fue el mejor de la temporada hasta la fecha. De esos que enganchan a niños, adolescentes y adultos a la Premier League para siempre. Fue una noche memorable. Un clásico que no ofreció ninguna tregua durante noventa y cinco minutos.

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Los blues, liderados por un italiano metódico y con un sistema revolucionario, intentaron arrinconar a su rival desde el primer instante con sus armas más fiables: la inteligencia de Cesc Fàbregas, la habilidad de Eden Hazard, la rapidez de Marcos Alonso y la movilidad de Álvaro Morata. En cambio, el sempiterno técnico alsaciano de los gunners siempre ha sido fiel a su estilo. Combatía cuerpo a cuerpo con sus jugadores más técnicos a través de la velocidad. Jack Wilshere, una de las grandes esperanzas del fútbol inglés pero con un largo historial de lesiones, cogió el timón y enderezó la nave con su verticalidad, apoyado por la incuestionable calidad de Mesut Özil y Alexis Sánchez. El alemán y el chileno apuran sus últimos meses en el norte de la ciudad del Támesis. Dos maravillosos e idolatrados futbolistas que, con absoluta certeza, se convertirán en villanos para su afición si definitivamente deciden reforzar a sus rivales más directos. Una historia que se repite cada año y que pone a prueba la paciencia de los más críticos a las políticas más conservadoras de Wenger. El francés se guarda un as en la manga: Ainsley Maitland-Niles. Un jovencísimo defensa reconvertido a extremo y que dará muchísimas alegrías a un club que no gana la liga desde hace casi catorce años.

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El Arsenal fue mejor en muchos tramos y materializó su superioridad al inicio de la segunda mitad con un gol de bellísima factura de Wilshere, cedido la pasada temporada al Bournemouth. Una aventura fallida en su currículo. Aun así, el centrocampista tiene toda la confianza de su técnico para erigirse en un jugador fundamental en el presente. Las acciones posteriores fueron trepidantes. N´Golo Kanté, con su infatigable presencia, ejerció de escudero de Fàbregas. El catalán fue el catalizador de la reacción, apoyado por el ilimitado recorrido de Tiémoué Bakayoko en todos los espacios próximos al área de su rival. Y en tan solo veinte minutos, el Chelsea golpeó dos veces a la mandíbula de Petr Cech con los inesperados zarpazos de Hazard y Alonso. ¿Quién pensó que esto había acabado? Nadie en el pub deseaba que este embrujador episodio no tuviera más continuidad. Héctor Bellerín se resistió a perder esta batalla con un portentoso disparo totalmente inalcanzable para el indiscutible guardameta belga Thibaut Courtois. Todos reaccionamos con júbilo. Un empate que finalmente no definió las ambiciones de ambos equipos hasta mediados del mes de mayo.

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Tuve una sensación extraña cuando me dirigía a mi casa. Fui testigo, desde la distancia, de un derbi colosal. Pero la tristeza me invadía. No asumía que tuviera un final. Afortunadamente, al día siguiente se disputó otro encuentro entre dos clubes de la misma ciudad. Tottenham y West Ham volvieron a engrandecer a este deporte con un juego y una intensidad brutal. ¿Lo mejor? Que el futuro me aguarda más fútbol.

Maikel Tapia (@tapia_maikel)

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